Sin dudarlo, abrí la puerta de mi auto y el perro saltó dentro, acurrucándose cerca de mí en busca de calor. Lo revisé y parecía gozar de buena salud, además de tener hambre y frío. Lo envolví en una cobija que tenía en el auto y conduje directamente al refugio de animales más cercano.
El refugio estaba ocupado, pero el personal fue amable y servicial. Revisaron al perro y descubrieron que no tenía microchip ni placas de identificación. También me informaron que el perro era callejero y que el refugio lo cuidaría hasta que pudieran encontrarle un nuevo hogar.
Cuando salía del refugio, no pude evitar pensar en el pequeño perro y la amabilidad que me había mostrado. A pesar de estar abandonado y solo, se había acercado a mí con una actitud amistosa y abierta, pidiéndome ayuda en el frío que helaba los huesos.
Esta experiencia me enseñó el valor de ser amable y compasivo con los necesitados, sin importar cuán pequeños sean. Estaba agradecido de haber podido ayudar al perrito y darle la oportunidad de encontrar un hogar amoroso.
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